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Segunda parte de Indoloro.

Mi cerebro quería descifrar los impulsos eléctricos que venían de mis oídos, pero sólo conseguía tonos graves y cúmulos de sonidos sin poder descifrarlos. Podía ser consciente de que mi espalda estaba contra el suelo, notaba humedad y frío.  

Intentaba mover los brazos. Trataba de palpar el ambiente, pero no llegaba a ejecutase algún movimiento. Solo sentía que enviaba la orden a mis extremidades, pero éstas no respondían. Haciendo un verdadero esfuerzo, traté de afinar el oído para poder, al menos, reconocer el dónde estaba. Lentamente empecé discernir sonidos. Todos a la vez. Amplificados. Muy amplificados. Dolía. Grité. No oí mi voz. Oí un rugido. De un animal. No podía haber sido yo, obviamente. Debió haber sido una coincidencia, el rugido de algún animal de la zona, pero... ¿Qué zona? ¿Dónde estaba?. Debía moverme, debía salir de allí de donde fuera que estuviera.

Sentí punzadas recurrentes en brazos y piernas. Me levanté de un brinco. Más sonidos inconexos. Otro grito. Otro rugido. Mi rugido. Miré mis manos, no conseguía enfocar bien. Brumas, luces de diversa intensidad. Volví a intentarlo. Otra punzada en extremidades. Otro rugido. Mucha luz; ahora dolían los ojos. Los cerré con fuerza. Seguía viendo luz. Abrí poco a poco los párpados, levemente y aunque aún dolían los ojos, ahora sí podía ver con claridad. 

Empecé a caminar sintiéndome liviano, ágil. Tratando de averiguar dónde estaba. Volví a mirar a mis manos. Por un momento pensé eran más grandes. Estaba equivocado. Sólo lo parecían. Seguí caminando, casi corría. Olía a tierra mojada. Pero no había llovido. No al menos allá cerca. Sin embargo el olor estaba claro. No solo el de la tierra. El de muchas otras cosas que reconocía pero sin saber exactamente cuáles. 

Estaba a las afueras de la cuidad. Llegando a una parada de autobús alcancé a sentarme. Eché la mano al bolsillo intentando buscar dinero para poder pagar el ticket del autobús. Palpando, encontré un par de ampollas de un contenido que conocía bien. Vacías. 

Entonces recordé lo último que pasó antes de perder la consciencia. Busqué algo en lo que poder mirarme. El corazón me bombeaba sangre haciendo que mis sienes palpitaran. Un espejo. No, cualquier vidrio con suficiente refracción. El vidrio del anuncio de IQOS. Miré. Pero no vi nada fuera de lo normal. Si bien, no era una imagen clara. Un momento, pensé. La cámara de mi móvil. Lo busqué en el bolsillo de la americana. La pantalla tenía muchas alertas de llamadas y mensajes. Muchas. Accedí a la cámara para mirarme mejor. No... todo estaba en orden salvo mis ojos. Tenían el acostumbrado color verde azulado pero el iris no era circular. No del todo. Pude observar que la reacción a la luz incidente lo alejaba más aún de su forma circular habitual y algo más; un párpado lateral que casi no se apreciaba. Fui tomando consciencia de que había cosas que no estaban igual en mi cuerpo, pero no se apreciaba demasiado la diferencia a primera vista. Casi todos los músculos de mi cuerpo se habían reafirmado. Siempre fui de complexión atlética pero nunca había explotado esa condición. Olfato, vista, tacto inquietantemente agudizados. Movimientos, todos ellos siempre certeros, medidos, elegantes, felinos.

Epigenética. Epigenética acelerada, peligrosamente alterada. Todo podía haber salido mal, pero por alguna razón casi todos las modificaciones habían salido bien. O al menos eso parecía. Necesitaba ir al laboratorio cuando antes, debía hacerme un examen. Necesitaba saber hasta qué punto mantenía mi humanidad intacta. Pero... ¿no era eso mismo lo que quería evitar? ¿Acaso el objetivo era no sentir como un humano despertar de alguna manera la bestia que llevamos dentro a un nivel molecular? Todo eso parecía de otra vida. Ahora pensaba diferente, extrañamente diferente, salvajemente diferente. Sí, necesitaba ir al laboratorio pero lo que ahora mismo necesitaba era alimentarme. Necesitaba energía, y rápido. Mi olfato percibió cerca de las inmediaciones un venado, hembra, joven. De un salto del todo poco humano, me lancé en su búsqueda.

La encontré en pocos minutos no sabía que la miraba, calculé la distancia sin defectos. Tensé mis músculos y tendones y salté rugiendo una vez más. Se quedó inmóvil mientras le mordía el cuello y agarraba fuertemente su cuerpo sin tener oportunidad de escapar. Y de repente sentí un miedo atroz, incalculablemente ensordecedor, temía por mi vida. Intentaba moverme pero la bestia me estaba atrapando, me inmovilizaba. Tardé unos segundos en darme cuenta de que estaba sintiendo pánico, pero no venía de mi cerebro... venía del venado hembra. La solté y sentí un gran alivio y una pena que me encharcaba el alma mientras trataba de ahogando un llanto que se abría paso feroz hasta desembocar en un rugido intenso, largo, lastimero y agudo.

Ahora sí que estoy jodido...—pensé.

Recuperé el aliento andando casi sin energía, cojeando, débil. Los oídos empezaron a zumbarme mientras la visión difuminaba formas.

A lo lejos oía el pisar de una ruedas aproximándose y segundos más tarde la fricción de las pastillas estrujando los discos de frenado a mi lado.

4 Agosto de 2019

Join the discussion One Comment

  • Yadira Google Chrome Linux dice:

    Cada persona tiene un detonante para su bestia interior o mejor dicho, alguna versión mejorada!! 👏🏻

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